Crítica de ‘Dos buenos tipos’: Irresistible viaje a los 70

El guionista y director Shane Black arroja una ola de agua fresca a la cartelera actual estrenando una película que además de reivindicar un género por sí misma, lo hace con una técnica y forma envidiables. Una aventura de las de antes, cargada con un humor magnífico y grandes dosis de acción. Bienvenidos a Dos buenos tipos.

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Black, guionista de auténticos clásicos como Arma letal, recogida hace poco en otra sección, o El último Boy Scout, demuestra un talento innato para las «buddy movies» y Dos buenos tipos sólo ratifica este hecho. Junto a Anthony Bagarozzi firma un libreto que aúna años 70, corrupción, crimen, dos personajes que deben trabajar juntos en un caso y mucho, mucho humor. Seguro que a más de uno le suena de algo.

Para tal fin, reunir a dos actores como Ryan Gosling y el veterano Russell Crowe resulta un cóctel muy refrescante. La vis cómica de ambos y la química que comparten en pantalla confirman que tenemos un film que rescata lo mejor de otros clásicos con la época que Black adora, la década de los 70. Una joven desaparecida, un matón de tres al cuarto y un detective en horas bajas con una hija inusual mente espabilada nos ponen en situación. Holland March y Jackson Haley están a punto de meterse en líos importantes. El reparto incluye la aparición de Kim Basinger y Matt Bomer.

Dos buenos tipos hace varias cosas bien. Lo primero a destacar es que entretiene de manera constante. La química entre ambos actores es innegable (destacando Gosling, que se desliga totalmente de sus papeles de galán que le encumbraron) y la banda sonora acorde a la época es el broche de oro a la acción, con temas clásicos elegantemente  seleccionados. Momentos de violencia salpicada de humor, marca de la casa de Shane Black, harán las delicias de los amantes de este tipo de films. La sorpresa la da la joven Angourie Rice, que en el papel de la hija de Gosling desprende un desparpajo y habilidad ante las cámaras digna de mención.

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Black por su parte hace lo que mejor sabe hacer: poner un buen guión con giros incluidos, como debe ser, al servicio de unos actores como epicentro del film, salpicado con abundantes explosiones de humor particular. Los que hayan disfrutado con otras cintas del director como Kiss Kiss, Bang Bang sabrán a lo que me refiero. Si encajamos el humor del que hace gala la cinta, vamos a pasarlo muy bien. 

A medida que se complica la trama, aparecen nuevos personajes y las situaciones rocambolescas se suceden, no podemos sino ir acumulando cierta nostalgia, ya sea por recordar esos tiempos en que no hacían falta grandes presupuestos ni efectos especiales para entretener al espectador, o por la estupenda ambientación de la década en la que se enmarca la película. Todo ayuda para introducirnos en la vorágine de diversión que propone el director.

Y es que el sólo hecho de rememorar esa década del cine en el que lo principal era divertir sin grandes artificios es ya digna de alabanza. Si me preguntan por qué actor me decanto del tándem que se nos propone, mi respuesta es firme: Ryan Gosling hace gala de una comicidad de aplauso, apoyada en todo momento por la veteranía de Crowe. El resto lo hace la destacable fotografía de Philippe Rousselot y unos diálogos que brillan por encima incluso de la acción.

Todo culmina en un final que se guarda los mejores fuegos de artificio para antes de los créditos como no podía ser de otra manera. Toda una elegante declaración de amor cinéfilo por parte de Black que nos hace caer en que las «pelis de colegas» nunca murieron, sólo se tomaron unas vacaciones. La capacidad de autoparodia es una de las grandes bazas de una película que nadie debería perderse.

Perlas como una de las frases de Holland tras un momento memorable lo confirman: «Creo que soy invencible. No puedo morir!»

Y es que este tipo de cine, sí es inmortal.

 

Miguel Francisco Moreno

 

 

 

 

 

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