El cine que te marcó: ‘Los puentes de Madison’

En el año 1995 el maestro Eastwood nos entregaba una película alejada de lo que había ofrecido hasta entonces. Un film romántico e intimista hasta la médula, llena de nostalgia y pasión a partes iguales. Clint colgaba el revólver y la placa de policía que había cargado toda su carrera para lanzarse a los brazos del amor, por mucho que pueda doler. Bienvenidos a Los puentes de Madison.

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Con un guión de Richard LaGravenese y basada en la novela de James Waller, la película se sumergía en el romance mantenido por Francesca Johnson y Robert Kincaid, dos personas a las que uniría el azar más absoluto, y de las que nacería una improvisada y bellísima relación. No en vano es una de las películas románticas por excelencia, alejada de amores adolescentes y juveniles para centrarse en el amor maduro. Meryl Streep fue la elegida para encarnar a la nostálgica Francesca junto a Eastwood en su vorágine amorosa. La película tuvo una nominación a mejor actriz para Streep y dos nominaciones al Globo de Oro. La banda sonora corre a cargo del genial Lennie Niehaus.

La vida de Francesca se vería alterada al conocer fortuitamente a Robert, un fotógrafo que trabaja para National Geographic y que está en Madison, Iowa, para realizar un reportaje. Cerca de uno de los viejos puentes tendrá lugar el primer encuentro entre ellos, y todo lo que arrastrará después. Como dice Robert en uno de los momentos del film, una oportunidad única en la vida.

El film está plagado de matices y está sólidamente filmado por la mano de Eastwood. Uno de los grandes aciertos del mismo es huir de la fantasía romántica que todos estamos hastiados de ver en otras producciones, sin dulcificar en absoluto el contenido ni empalagar el espectador. Los puentes de Madison ofrece una visión madura del amor, de las consecuencias y las elecciones que uno hace en vida, y de los caminos que tomamos. El carácter viajero de Robert, que quiere asentarse de una vez tras una vida de continuos viajes, y la abnegación de Francesca, esposa y madre con una vida asentada hace ya mucho tiempo, unidos por una pasión que hará que se sientan vivos quizá por última vez.

La fotografía de Jack N. Green le otorga ese aire melancólico a la producción, que unido a los silencios y las miradas de los protagonistas la convierten en un referente del género instantáneamente. La voz de Francesca relatando la historia, el esencial papel de los hijos de ésta y el paso del tiempo hasta que la historia de amor se descubre por completo, junto con todos y cada uno de los momentos que comparten en pantalla Streep y Eastwood hacen de Los puentes de Madison un auténtico clásico que no hay que perderse.

Toda la cinta desprende una belleza inusitada, que acompañada con las notas de Niehaus, y momentos cumbre en los que no se necesitan palabras sino imágenes, hacen de ella una deliciosa opción. Una latente emoción empapa cada fotograma, cada momento, demostrando que Clint Eastwood posee una especial sensibilidad como director y que atesora una calidad fuera de toda duda.

Los Puentes de Madison (4)

A modo de broche final y rúbrica, el film posee unos de los finales más recordados del cine, que golpea al espectador sin remedio mientras se agarra a su butaca y no podemos apartar la mirada de la pantalla. Lluvia, un coche, un semáforo, y el plano de una mano sujetando la puerta del mismo desde dentro son suficientes para grabarse en nuestra memoria. Un futuro incierto, decidir en ese último instante si tu vida cambiará o no, desconociendo el precio a pagar por ello. Una secuencia potente como pocas, y que dice tanto sin diálogo alguno. Portentoso.

Los puentes de Madison cala hasta los huesos. Habla de amor auténtico, de ese al que le falta tiempo, o quizá le sobre, para cautivar corazones, y que sólo pasa una vez. Habla de decisiones, del paso del tiempo, de dudas que corroen hasta lo más profundo. Todo ello contado con una sensibilidad extrema, recordándonos lo frágiles que somos, y lo fácil que puede cambiar nuestras vidas una simple acción, pero también recordándonos que toda acción tiene sus consecuencias. Todo mientras el tiempo jamás se detiene, implacable.

La historia de un amor verdadero, eterno, cálido y fugaz que encoge el corazón mientras la lluvia no cesa de caer ante nuestros ojos.

 

Miguel Francisco Moreno

 

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