Cine Culpable: ‘De profesión duro’

En 1989 el director Rowdy Herrington filmaba una cinta digna de estar en el podio de esta sección. Una película con sabor a los ochenta, con actor guapo y con gancho y mucha acción, buena música y chicas voluptuosas. ¿Quién puede resistirse a semejante placer culpable? Bienvenidos a De profesión duro.

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La cinta representa uno de los placeres culpables más representativos que uno puede echarse a la vista. No en vano sus cinco nominaciones a los premios Razzie, incluyendo peor película, director y actor, la avalan. Pero sin duda, tiene unas cuantas razones también que hacen que uno tenga que terminarla cada vez que la emiten en televisión a intempestivas horas o en canales poco conocidos. Y esas razones la convierten también en «cine de culto» en cuanto a la sección en la que se enmarca. Da lo que promete y se despide con cortesía.

El reparto, encabezado por un esbelto y joven Patrick Swayze, se completaba con la bellísima Kelly Lynch, el incombustible Sam Elliott y el veterano Ben Gazzara. La trama se basaba en un guión de David Lee Henry y Hilary Henkin, que nos descubría la historia de Dalton, un joven más duro que un clavo en un ataúd y que se gana la vida como vigilante en locales nocturnos, a pesar de tener una cultura notable. Contratado para ejercer como «controlador de altercados» en el Double Deuce, un famoso local en Jasper, Missouri, el duro por excelencia se vería inmerso en una trama de corrupción que implicaba una alianza con nuevas y antiguas amistades, un romance y un enfrentamiento con el cacique del pueblo, el corrupto Brad Wesley (un excelente Ben Gazzara). La banda sonora, repleta de buen rock y temas bailables, se alternaba con las composiciones de Michael Kamen.

De profesión duro (Road House en tierras americanas) es una excelente prueba de ese cine que aún atesorando más bien poca calidad, sí luce carisma en muchas de sus escenas. Es evidente la pobre dirección de Herrington tras las cámaras, pero la presencia del imperturbable Swayze y posteriormente de Elliott como Wade Garrett, en un papel de tipo duro como acompañante de Dalton resulta una experiencia cinéfila que hay que experimentar, eso sí, obviando sus carencias y poniendo el punto de mira en sus bondades.

La película no engaña a nadie, como la mayoría que se recogen en esta sección. Un Swayze que reparte «correctivos» con mucha clase en el Double Deuce, el romance con la doctora interpretada por Lynch, las numerosas peleas entre la peor calaña de Missouri a ritmo del rock & roll que sale de la guitarra de Jeff Healey, y el enfrentamiento con el sicario de Wesley son sus mejores momentos. La cinta tiene un punto macarra que unido a la aparición de la venganza como elemento definitivo, dan ese aspecto tan auténtico y grumoso a la producción. Hemos venido a tomarnos una cerveza, como los asistentes del Double Deuce, y disfrutar del espectáculo. No se nos pide precisamente unir en nuestro cerebro una compleja y elaborada trama, y se agradece. Los tópicos son una constante.

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La cinta presenta a Dalton como un vigilante poco común, que se aleja de los prototipos habituales, evita los problemas y el uso de la violencia. Pero en el Double Deuce eso es misión imposible, sumado a la presión que ejerce Wesley, que hace y deshace a su antojo en la ciudad. Los problemas no tardan en llegar, y es el momento en que aparece Wade, antiguo colega de trifulcas de Dalton (que además arrastra un pasado con un hecho que le hace evitar conflictos) para ayudar en el entuerto. Nadie mejor que Sam Elliott como compañero de puñetazos.

De profesión duro no es cine para sibaritas ni crea escuela, eso es un hecho. Pero si quieres pasar un rato entretenido y sin complejos, plagado de acción, y recordar a Patrick Swayze en sus mejores años como galán, esta es tu película. Si servidor la descubre zapeando entre la programación, sonríe y se acomoda en el sillón para disfrutarla.

Una buena dosis de «cine culpable» en vena y sin adulterar. Y a veces, es justo lo que uno necesita.

Miguel Francisco Moreno

 

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